Un estudio de Elisa Oteros-Rozas y Marta Rivera en PNAS analiza las claves del actual sistema agroalimentario mundial
Los sistemas agroalimentarios sostienen, a la vez que comprometen, el bienestar social y la sostenibilidad ambiental en el planeta. Por un lado, a pesar del hambre crónica que afecta a una de cada nueve personas en el mundo, se producen alimentos suficientes para alimentar a toda la población humana. Por otro lado, los sistemas agroalimentarios contribuyen a la degradación ambiental a través de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, la degradación de la tierra, la eutrofización y la contaminación del agua, cuando mediante prácticas agrarias sostenibles se puede mejorar la situación de los ecosistemas. Por ello, las múltiples dimensiones sociales y ecológicas de la seguridad alimentaria son transversales a 14 de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) 2030 de las Naciones Unidas. El ODS2, en particular, se refiere explícitamente al imperativo moral global de erradicar el hambre respetando la sostenibilidad ambiental.
En este contexto, la propuesta de la soberanía alimentaria enmarca la alimentación desde el ámbito de los derechos humanos, incluidos sus aspectos ambientales y socioculturales, como impulsores y resultados de la seguridad alimentaria. Una investigación científica publicada esta semana en la revista científica PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America) ha analizado a través de 43 indicadores de soberanía alimentaria y 28 indicadores sociodemográficos, de bienestar social y de sostenibilidad ambiental, la situación agroalimentaria en 150 países. El trabajo lo ha liderado la investigadora de la Cátedra de Agroecología de la Universidad de Vic – Universidad Central de Cataluña, Elisa Oteros-Rozas, y también lo firman la directora de dicha cátedra, Marta G. Rivera Ferré, el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid José A. González, y los investigadores Adriana Ruiz Almeida y Mateo Aguado.
Los autores identifican cinco regiones mundiales formadas por países en condiciones similares de soberanía alimentaria; relacionan el estado de la soberanía alimentaria de las diferentes regiones con su estado de bienestar social y sostenibilidad ambiental; y reflexionan críticamente sobre las implicaciones para el ODS2 de la existencia de una deuda agroalimentaria entre regiones del mundo.
Tres grupos de países relevantes
De los cinco grupos identificados y descritos, tres son particularmente relevantes. Uno incluye países principalmente de África, en los que la agricultura es fundamental para la economía y la población produciendo bajos impactos ambientales y climáticos. Estos países son grandes exportadores de productos agrícolas y los mayores importadores de alimentos, y aún así sufren el déficit alimentario más grave. Otro grupo aglutina a sólo ocho grandes países de Oceanía y las Américas con altos ingresos y bienestar, así como una buena situación alimenticia. Sus sistemas agroalimentarios se centran principalmente en la exportación de alimentos y productos agrícolas, que se sustentan en un modelo productivo intensivo de alimentos y biocombustibles, que depende de grandes aportes de pesticidas y una población agrícola muy baja. Sin embargo, éstos parecen actuar como el "granero del mundo" a expensas de una alta huella ecológica y grandes emisiones agrícolas de CO2.
El tercer grupo se superpone en gran medida con Europa, con altos niveles generales de bienestar social, pero dietas basadas en un gran consumo de proteínas. Estos son los mayores importadores de productos agrícolas, con pocas importaciones y exportaciones de alimentos. Su modelo agrícola es bastante intensivo, con escasa población rural y agrícola pero con un gran uso de fertilizantes y elevadas emisiones agrícolas de CO2.
Deuda agroalimentaria
En línea con el concepto de "deuda ecológica", que fue definido por académicos en 1992 y adoptado y desarrollado por organizaciones de la sociedad civil y gobiernos, los autores acuñan el término de deuda agroalimentaria, es decir, según explica Elisa Oteros-Rozas, “los desequilibrios socio-ecológicos interregionales en los recursos naturales consumidos, los impactos ambientales producidos y el bienestar social alcanzado por las poblaciones en regiones que juegan diferentes roles dentro del sistema agroalimentario globalizado”. Tres cuestiones subyacen a esta deuda: “el fuerte contraste en las dietas y la seguridad alimentaria entre las regiones, el papel que está desempeñando el comercio agroalimentario internacional en la seguridad alimentaria regional, y la falta de correspondencia entre la biocapacidad regional y la seguridad alimentaria”.
A escala mundial, José A. González explica que sus resultados "son consistentes con lo que esperaríamos ver si los países ricos están exportando la degradación ambiental para importar alimentos baratos que se consumen en exceso y, en gran medida, se desperdician". Elisa Oteros-Rozas recuerda que "duplicar la productividad agrícola de los productores de alimentos a pequeña escala, como propone el SDG2, no parece ser, por sí misma, la forma de erradicar el hambre: simplemente aumentar la productividad agrícola podría ser incluso ecológicamente contraproducente a menos que se adopten otras políticas agroalimentarias, como la reducción del desperdicio de alimentos y la reducción del consumo de alimentos de origen animal en las dietas de América del Norte y Europa". Según los autores, estas regiones deberían desempeñar un papel destacado en la transformación del sistema agroalimentario mundial hacia uno que sea más sostenible desde el punto de vista ambiental y socialmente equitativo.
Marta G. Rivera Ferre recuerda que, "a menos que esté regulado y complementado con otros instrumentos políticos, el comercio mundial de productos agroalimentarios puede continuar contribuyendo, no sólo a las grandes emisiones de CO2 del sistema agroalimentario, sino también a aumentar la desigualdad social, al facilitar la exportación de alimentos desde quienes más los necesitan, como está sucediendo actualmente en África, donde la desnutrición sigue siendo una limitación crítica a pesar de sus grandes exportaciones de productos agrícolas y grandes importaciones de alimentos”.
Este estudio corrobora que, si bien la necesidad de aumentar la producción de alimentos se ha repetido como un mantra en muchos casos, las políticas tradicionales centradas en la productividad, que favorecen la industrialización agrícola, la liberalización del comercio, la privatización y la desregulación, no han logrado acabar con el hambre porque la desnutrición no es sólo una cuestión de disponibilidad y acceso a los alimentos, sino también una cuestión de redistribución del consumo. Por lo tanto, los desafíos y la responsabilidad de lograr el ODS2, así como otros ODS, dentro de los límites planetarios, no se distribuyen de manera uniforme en todo el mundo.
El artículo lleva por título "Un análisis socioecológica del sistema agroalimentario mundial: Perspectivas para avanzar en el ODS2".